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Los ecosistemas son las unidades básicas de la naturaleza. Tienen una estructura y una función peculiar, y sus características que no son atribuibles a las que resultarían de la suma de las de cada uno de sus componentes por separado. Por una parte se regulan a sí mismos, para mantenerse como son, y por otra se modifican con el transcurso del tiempo, van evolucionando. Para distinguirlos de los naturales (no intervenidos) a los ecosistemas agrarios se les suele llamar “agrosistemas”. Según Monserrat - ilustre ecólogo e investigador - “agrobiosistemas son: aquellos ecosistemas en los que el hombre simplifica su estructura, especializa sus comunidades, cierra ciclos de materia y dirige el flujo energético hacia productos cotizados”.
En esta definición se encierra una de las pocas recetas válidas en agricultura ecológica. Se trata de tomar un ecosistema, o de recrearlo, - dándose cuenta de que lo es - simplificar su estructura y especializar sus comunidades (lo necesario para obtener producción, pero sin afectar de forma irreversible a su estabilidad), cerrar los ciclos de nutrientes y dirigir el flujo de energía hacia los productos cotizados (en nuestro caso las aceitunas y el aceite). Se dice fácilmente, pero, ¿cómo se hace?. Una advertencia importante Al simplificar un ecosistema, quitándole componentes, se reduce su diversidad, y con ella se reduce también la estabilidad, el equilibrio. Es inevitable. Para manejar un ecosistema y obtener una producción en cantidad suficiente, es imprescindible simplificar su estructura y especializar sus comunidades. No hay otra forma de hacerlo. De un ecosistema maduro, complejo, como lo son los bosques naturales o las marismas bien conservadas, es muy difícil obtener producción alguna, pues todo lo que se produce se consume dentro del mismo ecosistema; por decirlo llanamente, en un ecosistema maduro no sobra nada, todo se aprovecha. Para que podamos extraer nuestra parte, en cantidad suficiente, es imprescindible que simplifiquemos, en algún grado, el sistema. Pero hay que ser conscientes que al hacerlo reducimos inevitablemente su estabilidad y que, para compensar esta pérdida - conjugando productividad y estabilidad a largo plazo - es necesario aportar energía y materiales desde fuera del sistema (trabajo humano y animal, combustibles fósiles, abonos minerales, plaguicidas, etc.), tanto más cuanto mayor sea la desestabilización. Quizás, sirva para aclarar lo anterior un ejemplo, algo chusco, pero útil: Supongamos que en vez del ecosistema a simplificar tenemos una silla; y que su estabilidad se la dan sus cuatro patas (como efectivamente ocurre). Estas patas son sus componentes, unidos por unos cuantos travesaños (las relaciones entre esos componentes) que también tienen su influencia en la estabilidad. Si para aumentar el rendimiento que esperamos de la silla (del sistema) tenemos necesariamente que simplificarla, y para ello no hay otro camino que eliminar algún componente (pata),empezaremos la simplificación quitándole un componente, o sea una pata, y nos quedaremos con una silla de tres patas, que como todo el mundo sabe es perfectamente estable, incluso no cojeará nunca porque los tres puntos de apoyo definen un único plano. Se nos habrán quedado colgando los travesaños que se apoyaban en la pata suprimida, y esto resta cohesión a la silla, pero la pérdida es poco importante; sólo habrá que tener cuidado de no cargar el peso en el extremo de la silla que no tiene pata. Pero, somos ambiciosos y no nos basta con la productividad obtenida con esta primera simplificación, hay que forzar la máquina, simplificar más. Y le quitamos una segunda pata. Ahora la silla no se tiene en pie sola, habrá que dejarla apoyada en la pared, y si queremos sentarnos habrá que tener la precaución de equilibrarla bien y mantener siempre una de nuestras piernas bien asentada en el suelo, mejor las dos. Pero, hay especialistas en sentarse en las sillas sobre dos patas, así que, aunque ha habido una pérdida notable de estabilidad, la cuestión no parece excesivamente grave. Los travesaños colgantes (interrelaciones) casi será mejor que se los quitemos. Aún le quedan dos patas así que ¿por qué no simplificar un poco más? - somos insaciables -. Le quitamos la tercera pata y ahora - hay que reconocerlo - la estabilidad se resiente bastante, la silla ya casi es inútil, pero, con un poco de esfuerzo por nuestra parte aún nos podemos sentar, sujetando el asiento con las manos, equilibrando bien el cuerpo y apoyando firmemente las dos piernas en el suelo (cada vez más energía empleada). La postura no es descansada, casi compensaría quedarse de pie, pero la realidad es que sentarse , lo que se dice sentarse , se puede. Ya puestos le podemos arrancar la última pata. La simplificación es máxima, quizás también la supuesta producción, pero la estabilidad es nula, la silla se cae sin remedio, sólo cabría mantener la apariencia de que la silla nos sostiene, sosteniéndola nosotros a ella, sujetando el asiento con las dos manos y agachándonos un poco, haciendo como si estuviésemos sentados.
Conocer el agrosistema olivar ( para no intervenir a ciegas).
Pero hemos dejado la cadena a medias, hay otra parte, menos vistosa, pero quizás más importante, que es la de los organismos que se alimentan de materia orgánica muerta (cadáveres, excrementos, y restos en general, procedentes de animales o de plantas). Estos organismos los llamados “descomponedores” -necrófagos, detritívoros- son los encargados, a varios niveles, que los materiales nutritivos vuelvan otra vez al suelo y puedan volverse a utilizar. En los ecosistemas la energía, fijada por las plantas verdes,
pasa de un eslabón a otro, disipándose en cada paso y
sin posibilidad de recuperación; mientras que los elementos minerales
recorren la cadena de forma cíclica, permitiendo - si el ecosistema
funciona adecuadamente - su utilización repetida una y otra vez
de forma ininterrumpida. El olivar también es así (aunque no lo parezca). El olivar no es tan simple como puede parecer a primera vista, ni siquiera los olivares muy intervenidos, en los que se intenta reducir la presencia de otros seres vivos a fuerza de tratamientos con productos químicos a todas horas. Puede ser útil presentar los componentes de una forma simplificada, según el esquema clásico, de separar - para su comprensión - los componentes bióticos de los abióticos, y dentro de los primeros utilizar la - también clásica - pirámide trófica, con sus cuatro escalones: Quizás, más de un olivarero - satisfecho de sí mismo - de los que presumen de tener sus olivares “relucientes de limpios”, se haga la ilusión de tener un olivar en el que los únicos seres vivos que lo componen son el olivo (como productor) y él mismo (como consumidor primario y exclusivo), así a cualquier animal que se atreve a pasar por allí lo califica de intruso, y si es un insecto de “plaga”, y dispone inmediatamente su muerte por envenenamiento; y lo mismo ocurre con cualquier planta, sea hierba o matorral, que intente instalarse sobre su suelo - aunque sea tan comestible y sana como las collejas - que es tratada de “mala hierba” y condenada también, irremisiblemente, a muerte. Es preferible no imaginar qué haría si supiese que el suelo lo tiene lleno de microbios... Bueno, pues aún en la situación anterior - dejando aparte el poco que hay de exageración - el deseo del olivarero, no pasa de ser una ilusión; es imposible mantener un agrosistema con sólo dos especies vivas, tanto como mantener en pie una silla con una sola pata; y de hecho en estos olivares los problemas de plagas y enfermedades se agudizan, especialmente cuando ocupan grandes extensiones. Para reconocer la estructura del agrosistema que constituye el olivar, puede ser útil presentar los componentes de una forma simplificada, según el esquema clásico, de separar - para su comprensión - los componentes vivos de los inertes, y dentro de los primeros utilizar la - también clásica - pirámide trófica, con sus cuatro escalones: - Consumidores primarios Si nos fijamos en el escalón de los consumidores primarios, vemos que los vertebrados son pocos, pero más de los que un principio pueda parecer. Por ejemplo, en determinadas zonas , el olivar alberga en invierno una rica y abundante avifauna - como ya se ha indicado- procedente en su mayoría del Centro y Norte de Europa. La lista de invertebrados es muchísimo más extensa, constituida en su mayoría por artrópodos y fundamentalmente por insectos. En la cuenca mediterránea se han inventariado 137 especies de insectos que basan su alimentación en el olivo, y de ellas unas 60 están presentes en los olivares españoles, a estos hay que añadir, al menos, 17 especies de ácaros conocidos sobre el olivar español. - Consumidores secundarios Al poner nuestra atención en los siguientes escalones de consumidores
encontramos algo similar, pero aumentado: algunos vertebrados, mamíferos
(insectívoros, quirópteros, y carnívoros), aves
y reptiles poco valorados, pero que están presentes en todos
los olivares. Y, al igual que entre los fitófagos, la mayor variedad
y la mayor biomasa de consumidores secundarios y terciarios - predadores,
parásitos, parasitoides y superpredadores- se encuentra en los
invertebredos, en especial entre los insectos. Así un inventario
de “entomófagos” (que comen insectos) censados sobre
“plagas” del olivo1 permite adelantar una cifra superior
a las 220 especies, para toda la cuenca mediterránea. A esta
primera cifra habría que añadir los arácnidos que
viven en el follaje, y de los que no se conoce muy bien ni su inventario
ni el papel que desempeñan, y los predadores que se desenvuelven
en el suelo (hormigas y carábidos, principalmente) que no se
han incluido en la cifra anterior.
No hay que olvidar - como frecuentemente se hace en la agronomía práctica convencional - el último, y no por eso menos importante, eslabón de la cadena trófica : los descomponedores. La acción de los microorganismos saprófagos aprovecha la energía ligada a los enlaces químicos de la materia orgánica, y libera los minerales que la componen, de forma que puedan volver a ingresar en el ciclo productivo, cerrando el ciclo de los nutrientes. Bacterias, actinomicetos, hongos, algas, protozoos, así como el resto de micro y meso fauna del suelo, realizan un papel fundamental en el mantenimiento de la fertilidad del suelo y en la capacidad de este para retener el agua; y constituyen un sistema vivo complejo y variado. El suelo, con toda la vida que encierra, es una parte fundamental de los agrosistemas, de tanta importancia que suele considerarse como un “subsistema” con un cierto grado de independencia dentro del sistema total. El suelo, como conjunto, se comporta como un organismo vivo, tan vivo que puede medirse su respiración.
Procesos básicos en el agrosistema.
Los ecosistemas naturales maduros son capaces de mantener su productividad mediante la entrada - exclusiva o predominante - de energía solar. En los agrosistemas, en cambio, el flujo de energía se modifica con la intervención humana que lo dirige - como ya se ha visto - hacia los productos cotizados, y que debe aportar energía suplementaria, traída de fuera del sistema - sea humana, animal o procedente de combustibles fósiles o de otras fuentes - en mayor o menor proporción, según el nivel de simplificación (desestabilización) que se haya provocado. En el olivar la principal entrada de energía es a través de la fijación fotosintética, que realizan las plantas verdes, tanto el olivo, componente básico del escalón de los productores, como el resto de las plantas verdes que puedan estar presentes, de forma temporal o permanente. Esta energía proviene del sol, y la cantidad fijada depende, fundamentalmente, de la superficie de captación, ya que el resto de los factores que la determinan son prácticamente invariables. Otra energía que entra en el agrosistema es la aportada por
el trabajo humano (recolección, poda, desvareto, ect.) que en
una primera aproximación es también de origen solar, y
la procedente de energías fósiles - que se ha incrementado
notablemente con la mecanización e industrialización de
la agricultura - con el trabajo de las máquinas, la incorporada
en los abonos ( en su transporte, aunque sean orgánicos) y en
los productos fitosanitarios (elaboración, envasado, transporte).
.Ciclos de nutrientes
- Entradas En la entrada de materiales en el olivar se distinguen claramente dos grupos: las entradas que se producen naturalmente (no subsidiadas) y las que hace el hombre con sus aportaciones (subsidiadas). En el primer grupo se pueden establecer otras dos categorías: los nutrientes cuya entrada se produce en el proceso de la fotosíntesis (C, H, O), de los que - como se ha indicado más arriba podemos despreocuparnos de momento, señalando antes que en el olivar el olivo es el organismo fotosintetizador casi exclusivo-; y el nitrógeno (N) por otra parte. Aquí las entradas incluyen dos procesos distintos y de muy diferente importancia cuantitativa: - la fijación biológica de nitrógeno, que podría llegar a ser suficiente para cubrir las necesidades del cultivo, pero que está - normalmente - limitada por los bajos niveles de materia orgánica en el suelo y por la ausencia de otras plantas, como las leguminosas - los arrastres de compuestos nitrogenados por la lluvia, de mucha menor cuantía , excepto en condiciones excepcionales.
Sobre las salidas hay que señalar dos aspectos de importancia: Que hoy por hoy, la mayor salida de nutrientes del olivar andaluz,
no se debe a las extracciones de la cosecha, ni a los restos de poda,
se debe a los arrastres de partículas del suelo por la erosión.
. En el ejemplo siguiente se presenta un cálculo aproximado
de los movimientos de potasio (K) en olivar - sobre datos medios de
los olivares de Génave y para 1.000 Ha: La lixiviación (lavado y arrastre por el agua) de nutrientes en profundidad, fuera del alcance de las raíces, es poco significativa en los olivares de secano, las zonas más sensibles son los centros de las calles, donde hay menos raíces . En los olivares de riego estas pérdidas pueden ser mucho mayores , especialmente si la dosificación del riego no está bien hecha. La volatización (pérdida de nutrientes en forma de gas) , como la lixiviación, afecta principalmente al nitrógeno que se pierde a la atmósfera en forma de amoniaco, a partir de la materia orgánica o de las aportaciones de formas amoniacales sintéticas; o como nitrógeno reducido en condiciones de anaerobiosis, con la colaboración de bacterias del género Pseudomonas .
Las extracciones por leña de poda, que se emplea como combustible, podrían compensarse - en cuanto a nutrientes se refiere - con la devolución al olivar de las cenizas, aunque no se hace, sino que suelen ir a incrementar, los ya voluminosos, ”residuos sólidos urbanos”. En el caso del “ramón de poda” y de las “varetas” que se queman en la misma finca, se devuelven los minerales, aunque no la materia orgánica acumulada, y además no suelen distribuirse de forma regular, sino que quedan acumuladas las cenizas en el lugar donde se hizo la lumbre.
Reciclaje de materiales, en sentido estricto, sólo se produce
con las hojas caídas bajo la copa del árbol, y con la
biomasa de la hierba adventicia que se incorpora al suelo con las labores.
Pero sería posible hacerlo en un alto grado, y de forma económica,
si se considera el escaso valor actual del subproducto principal: el
alperujo. Ya hay experiencias sobre el “compostaje” de esta
materia, mezclado con el hojín que se separa en la misma almazara
y enriquecido con un poco de estiércol, para facilitar la labor
de los microorganismos que trabajan en estos procesos. .Balance hídrico
Sobre cómo mejorar o, por lo menos, no estropear demasiado estos procesos naturales .
De la figura siguiente, bastante conocida, se saca una idea clara: cuanto más sol más aceite.
Captándolo eficazmente: en plantaciones ya establecidas sólo
puede lograrse mediante la poda. Hay que conseguir a un tiempo una gran
superficie foliar (muchas hojas y grandes) y que el sol llegue a la
mayoría. Para ello son necesarias formas de los árboles
de gran superficie, la mayor se consigue con las “entresenadas”,
como la de la figura anterior. La relación entre energía obtenida y energía invertida en el sistema (energía fósil y trabajo humano) ha disminuido en el olivar, como en el resto de los cultivos, al incrementar de forma notable el consumo de energía fósil. No se trata de renunciar al uso de la maquinaria, pero si parece razonable recortar al máximo el empleo de factores de producción derrochadores de energía (fertilizantes nitrogenados, fitosanitarios, etc), sustituyéndolos por aportaciones de origen orgánico (solares). Por otra parte el uso de cualquier energía terrestre genera
cierto grado de contaminación que, además, es irreducible
y por tanto acumulativa. Mejora del balance hídrico del olivar (o cómo disponer de un poco más de humedad en el suelo).
- evitar las pérdidas por escorrentía - aumentar la infiltración - aumentar le capacidad de retención de los horizontes superficiales - evitar la evaporación directa - reducir o eliminar la transpiración de las plantas adventicias
una mejora temporal de la infiltración superficial, que cesa
con el paso del tiempo, o inmediatamente si se produce una lluvia intensa
sobre el terreno recién labrado Es verdad que el laboreo ha sido la forma tradicional de manejar el suelo, que los agricultores siempre han labrado, hasta el punto que en español “labrador” es sinónimo de “agricultor”. Pero también es verdad que hasta los años 50 la tracción era animal y los arados se diferenciaban poco de los utilizados por los romanos veinte siglos antes. Para evitar pérdidas por escorrentía hay dos caminos, que no son excluyentes: aumentar la velocidad de infiltración y poner barreras físicas a la circulación del agua por la superficie, las características de estas barreras dependerán, fundamentalmente de dos factores: caudal de agua y pendiente del terreno. Existen muchas y variadas (conocidas en el ámbito de la conservación de suelos), desde las cubiertas vegetales, sobre todo el terreno o en fajas, hasta los abancalamientos y terrazas, pasando por el laboreo con surcos a nivel. La velocidad de infiltración de un suelo depende e muchos factores como el contenido inicial de humedad, la conductividad de los distintos horizontes, la textura, la pendiente, el grado de compactación, la rugosidad de la superficie, pero nos interesa remarcar dos - sobre los que es posible intervenir- la estructura del horizonte superficial y la presencia o ausencia de cubierta herbácea.
No hay una receta única para el manejo del suelo y del agua en el olivar, pero si parece que la utilización de cubiertas herbáceas puede ser una solución aceptable en la mayoría de los casos. Cubiertas totales, sobre toda la superficie de la parcela, o en combinación con otros sistemas de manejo del suelo, el laboreo principalmente, en toda su amplia gama de posibilidades. Una cubierta herbácea debe colaborar en la mejora del balance hídrico del suelo. Aunque en principio parezca un contrasentido, ya que en cualquier caso colaborará a aumentar la transpiración, pero en el clima mediterráneo no todos los meses son secos, existe una parte considerable del año en que la evapotranspiración no supera a las precipitaciones. Si se observa detenidamente, una cubierta adecuada, viva o cortada conseguirá todos los objetivos propuestos, actúa de barrera contra la escorrentía, favorece la infiltración, mejora la estructura superficial, aporta materia orgánica y, además, protege el suelo contra el golpeteo de la lluvia. En resumen: mejorará el balance hídrico y protegerá el suelo contra la erosión, siempre que se evite la competencia en las épocas de escasez. Evidentemente en nuestro clima es impensable que la cubierta sea permanente, y para que siendo temporal el balance sea positivo, es necesario que la desecación de la hierba se produzca cuando la lluvia esperada pueda, aún, reponer lo gastado. La elección de ese momento puede parecer imprecisa y difícil, pero los agricultores de nuestros secanos han venido haciéndola, con acierto suficiente desde tiempo inmemorial. Aunque en la determinación del momento preciso de eliminación
esté una de las principales incógnitas de este sistema,
la novedad no está en el momento de eliminar la hierba, sino
en la forma de hacerlo. Si tradicionalmente se ha hecho mediante el
laboreo con distintos aperos, y en varias pasadas consecutivas , ahora
se trata de proponer sistemas que permitan que la hierba siga cubriendo
el suelo después de cortada, para conseguir el doble efecto de
acolchado y compostaje en superficie (protección y enriquecimiento
en materia orgánica, en lugar de alterar la estructura del suelo
y de acelerar la mineralización de la materia orgánica,
mediante las labores). En el método de siega radica la principal
diferencia entre los distintos modelos aplicables (siega química
- con herbicidas de contacto y translocación -, siega mecánica
- con desbrozadoras -, a diente por el ganado), aunque también
quepan multitud de variantes según la cubierta sea espontánea
o cultivada, según la composición de en este último
caso, si es total o en fajas, etc. De los distintos tipos de cubiertas inertes las únicas económicamente viables, en el olivar, son los restos de poda triturados. En cuanto a las cubiertas vivas se conocen los buenos resultados de la cubierta espontánea, que a la producción de biomasa, añade la ventaja de la diversidad, pero, en este caso, cuando la cubierta herbácea la forman especies adventicias o "malas hierbas”, si no se aplica ningún cuidado adicional, será la dinámica propia de estas poblaciones la que determine la presencia y abundancia de cada una de las especies; e intervenir sobre estas poblaciones para dirigir su evolución (hacia una mayor abundancia de leguminosas, por ejemplo) es delicado y exige unas buenas dotes de observación y una atención continuada. Por otra parte es posible elegir y sembrar las especies que deban formar parte de esta cubierta, entre las que más nos interesen por:
En este caso para la elección de las especies a sembrar habrá que tener en cuenta:
- que sea de siega fácil y económica - que tenga buena capacidad de producir biomasa, para mantener el suelo cubierto en invierno - que deje restos después de la siega, que permanezcan cubriendo el suelo hasta el otoño - que tengan capacidad para fijar nitrógeno - que tengan un consumo de agua moderado - que tengan un ciclo corto para que se resiembre antes de la siega
Una última consideración: no hay ninguna razón
para tener que establecer un sistema único - en toda la
explotación, para todas las parcelas, para todos los años
- para el manejo del suelo, son posibles muchas variaciones en el espacio
(distintos tratamientos en los ruedos y en las camadas, laboreo, siembras
o cubiertas espontáneas en fajas, en cordones, etc.) y en el
tiempo (rotaciones de los distintos tratamientos), aquí la diversidad,
seguramente, sea también un valor. Sobre cómo mejorar el balance de nutrientes, o ¿es conveniente empeñarse en cerrar sus ciclos?. En los ecosistemas naturales los nutrientes se utilizan una y otra vez, no es necesario aportarlos de fuera. En los agrosistemas ya hemos visto que estos ciclos no cierran o cierran mal, y, a primera vista, parecería conveniente cerrarlos para evitar el agotamiento de los nutrientes en el suelo. Pero, ¿es posible cerrarlos? Un objetivo general y varios específicos *disminuir al mínimo las salidas, especialmente las inútiles y las más importantes en cantidad y calidad, de las cuatro que se presentan las dos primeras son fundamentales, mientras que las dos últimas tienen importancia sólo en casos muy localizados:
*aumentar al máximo las entradas no subsidiadas: fijación biológica de N (simbiótica y libre),
con la famosa labor de las bacterias del género Rhizobium asociadas
a las raíces de las leguminosas, y la menos conocida acción
de los microorganismos libres fijadores de nitrógeno, como Azotobacter,
cuya actividad se potencia con la presencia de restos ricos en fibras
vegetales.
- proporcionándole la materia orgánica (energía solar almacenada) que necesita para mantenerse en funcionamiento. La materia orgánica, o se trae de fuera del sistema, con el coste (económico y ecológico) que esto suponga, o se genera dentro, y para ello es indispensable: 1.- Aprovechar los subproductos 2.- Contar con la aportación de la hierba, sea espontánea o cultivada. - disminuyendo las pérdidas de materia orgánica del suelo, aceleradas por el labore - incrementando la actividad metabólica de los microorganismos mediante la utilización de los “abonos verdes”. Abonos verdes Las plantas herbáceas disponen, en general, de un sistema radicular mucho más extenso y superficial que el del olivo, por lo que la competencia por los nutrientes en la época de máximo desarrollo del “abono verde” podría ser muy desigual. Habrá que encontrar la forma de desviar el flujo de nutrientes desde el estrato herbáceo hacia el sistema radicular del olivo, más restringido y profundo. Para conseguirlo habrá que lograr, simultáneamente: que la hierba devuelva sus nutrientes al suelo (siega y descomposición
en superficie) Recuperación de nutrientes de los subproductos de la almazara Como se ha comentado con la cosecha de aceituna se extrae una gran parte de productos de escaso valor. El producto cotizado escasamente supera el 20% en peso del total. El reciclaje, la vuelta al suelo del olivar, de los subproductos de la almazara (alpechín y orujo, o alperujo) puede suponer la recuperación de la práctica totalidad de los nutrientes minerales extraídos por la cosecha, al tiempo que un aporte importante de materia orgánica. En la actualidad el subproducto de almazara más abundante es el llamado “alperujo”, mezcla de los primitivos alpechín y orujo. Su reciclaje para devolverlo al olivar parece posible, tras un proceso de compostaje. De los otros dos subproductos citados, en trance de pasar a la historia, el orujo - una vez apurado - es compostable y alguna experiencia hay, pero de escasa difusión; mientras que el alpechín sí ha tenido una larga historia de aplicación al olivar. En cuanto al aprovechamiento de subproductos, especialmente de la almazara, ya se ha comentado que actualmente el más abundante es el “alperujo” u orujo húmedo, procedente de la extracción del aceite por sistemas continuos, con centrífugas horizontales de dos fases. Se trata de un subproducto de composición muy variable, dependiendo de muchos factores (variedad de aceituna, madurez, grado de agotamiento de la masa, etc.), y de escaso valor comercial, cuando no nulo o negativo - hay que pagar por su eliminación - que es muy rico en materia orgánica (más del 95% sobre materia seca) y que contiene, prácticamente, todos los nutrientes minerales de la aceituna - como ya se ha comentado -. Se han realizado, y se siguen haciendo, ensayos para su aplicación directa al suelo, con resultados esperanzadores, pero de momento parece más aconsejable su empleo, una vez humificado o compostado. En principio el alperujo es un material apropiado para el compostaje, tiene un aceptable contenido en nutrientes y es muy rico en materia orgánica; posee un pH moderadamente ácido ( 5,5 de media, con un intervalo de 4,7 a 6,5), baja salinidad, y unos valores de la relación C/N ni demasiado altos ni muy bajos (en un intervalo entre 22 y 52, con un valor medio en torno a 38). La variabilidad de su composición, especialmente en cuanto a su relación C/N, junto con el hecho de tratarse de un material muy triturado, con un alto contenido en humedad, y una consistencia semilíquida que dificulta su manejo, determina la necesidad de mezclarlo con otros materiales que corrijan los defectos, para facilitar su compostaje. Así los materiales a mezclar, además de ser baratos, abundantes y de fácil suministro, deben aportar: consistencia adecuada Un material de poco valor y de fácil disposición en las almazaras es el hojín, procedente de la “limpia” de la aceituna. La hoja del olivo puede tener un contenido apreciable en N (entre el 1,6% y el 2,4%), y es un material fácilmente compostable, que además proporciona consistencia y porosidad al montón. Su cantidad es limitada. Otros materiales como la paja de cereales, los residuos de desmotadoras de algodón, el estiércol, la gallinaza, se han ensayado con suficiente éxito. De la composición de los alpechines se podría esperar una serie de efectos desfavorables sobre los suelos. Pero, en las experiencias realizadas se observa que con dosis de hasta 100 m3/Ha, no se presenta ninguna evolución desfavorable en los suelos calizos, y sí un enriquecimiento significativo en potasio (K), una ligera mejora de la estabilidad estructural, y un notable aumento de la actividad de los fijadores libres de nitrógeno. Las recomendaciones para el riego con alpechines son: - aportar por las calles ( a distancia de los árboles) - dosificar por debajo de los 30m3/Ha y año en alpechines de almazaras de prensas, y de 100m3/Ha y año con los de las almazaras continuas - hacer los aportes escalonadamente y fuera de los períodos de vegetación activa - no repetir sobre el mismo terreno más de dos años seguidos
También se sacan del olivar: leña de poda, ramones, varetas y hojín. No hay ninguna duda sobre la posibilidad de compostaje de estos residuos, siempre que se trituren adecuadamente. En general, perece más adecuado el compostaje en superficie, o sea , dejarlos - una vez triturados - bien distribuidos sobre el suelo, lo que añade, a la facilidad de ejecución (menos transporte, ningún manejo), la ventaja de servir como cubierta inerte, que protege el suelo contra el golpeteo de la lluvia y de la insolación directa. En el caso de quemarlos, bien en como combustible o para su eliminación,
lo ideal sería distribuir las cenizas, que contienen todas las
sales minerales, aunque ninguna materia orgánica, por todo el
suelo del olivar. ¿Cómo se puede averiguar el estado de fertilidad del suelo?. Es posible hacerlo a través de análisis completos del suelo, tanto los clásicos, de determinación de los parámetros químicos (contenido en nutrientes, matera orgánica, ph, etc.) y físicos (textura, densidad), como aquellos que utilizan técnicas más depuradas de evaluación de la actividad microbiana. Pero, es en cualquier caso un sistema costoso, que exige una cuidadosa toma de muestras, y una interpretación adecuada de los resultados, que no siempre es fácil. Más directo es interpretar los resultados: un suelo fértil es aquel capaz de mantener una producción alta a lo largo de los años, sin deteriorarse. Así que a los resultados de cosecha habrá que remitirse - sabiendo que la cosecha del olivar no sólo depende del suelo, que las condiciones meteorológicas son también determinantes - algunas veces mucho más - y las operaciones de cultivo( poda, desvareto, manejo de la cubierta, labores), o la incidencia de plagas y enfermedadestienen también su influencia. Claro que para evitar sustos, y, sobre todo, despistes, lo mejor es llevar un control continuado del estado nutritivo de la plantación, y para ello lo más acertado es recurrir a los análisis foliares periódicos (cada tres o cuatro años), igual que se hace - o debería hacerse - en agricultura convencional. Con una toma de muestras representativa cogida en el mes de julio (para nuestras latitudes). Hoy no se dispone de información, propia de la agricultura ecológica, que permita hacer una interpretación de los resultados analíticos diferenciada, pero no hay razones para suponer que la aplicación de las referencias de la olivicultura convencional no sean aplicables plenamente. La naturaleza suele, además, expresar de muchas formas su estado, y el de la fertilidad de los suelos, sus carencias y excesos, los suele mostrar - si se le deja - a través de un lenguaje, para el que no hay diccionarios en las bibliotecas, pero que es posible aprender e interpretar: la presencia, frecuencia, y/o ausencia de las plantas adventicias o “malas hierbas”. Así la abundancia de leguminosas suele indicarnos escasez de nitrógeno en el suelo, mientras que las crucíferas suelen indicar lo contrario; la grama prefiere suelos arcillosos con la estructura poco desarrollada o en decadencia; los cenizos (Chenopodium sp.) indican buenos contenidos en potasio; los cardos del género Cirsium nos hablan de presencia de agua en horizontes poco profundos, bien sea por que la capa freática esté muy superficial o porque exista una capa impermeable.
En el cultivo ecológico, que se hace hoy, se emplean con frecuencia abonos foliares- de origen natural ( procedentes de algas o de residuos vegetales, generalmente ) autorizados para su empleo en la “agricultura ecológica”- con intención de reforzar la nutrición de los árboles y obtener mayores producciones. Esta vía se situaría fuera de las consideraciones hechas hasta ahora, por lo que en principio el empleo de abonos en forma líquida por vía foliar, en el cultivo ecológico se justificaría únicamente como medida excepcional de socorro. Pero, hay que recordar que en la agricultura orgánica tradicional se han venido empleando bioestimuladores naturales, generalmente procedentes de plantas; y este es, precisamente, el principal efecto de los extractos de algas aplicados al olivar, la estimulación fisiológica por la acción de hormonas vegetales (citoquininas, principalmente) y de otros principios, no siempre bien conocidos, pero que influyen favorablemente sobre el crecimiento y la reproducción celular, por una parte, y que incrementan, en general, la tolerancia de la planta a las condiciones adversas, por otra. Al margen de estas consideraciones, esta práctica debería
revisarse desde un punto de vista exclusivamente económico, pues
no está nada claro que exista una respuesta productiva significativa
en todas las situaciones (igual que ocurre con muchos foliares empleados
olivicultura convencional). Sobre cómo simplificar la estructura y especializar las comunidades (sin pasarse) o de cómo mantener la diversidad.
La verdad es que nuestros olivares ya están suficientemente simplificados y especializados, en general en exceso. Así que el problema no es cómo simplificar para obtener una producción adecuada, sino cómo mantener la diversidad necesaria para no hundir la estabilidad. La primera norma es suprimir o reducir al máximo aquellas acciones que acentúan la pérdida de diversidad, como: - el empleo de biocidas (los naturales también matan) - la eliminación de las manchas de vegetación natural - la extensión desmedida del olivar ,como monocultivo
En ningún aspecto del cultivo queda tan clara esta relación como en el de las plagas. Estas no aparecen como tales en el esquema propuesto del “agrosistema olivar”, quedan incluidas - ¿disimulando? - entre los fitófagos, dentro de una lista mucho más extensa que la lista más completa de plagas que un pesimista pueda elaborar. El que una o varias de estas especies dispare su población y llegue a presentarse, habitualmente, como una amenaza es algo a lo que estamos acostumbrados y que aceptamos como normal, pero que no tiene por qué serlo. Los controles naturales han saltado, el equilibrio se ha roto. La intervención humana ha simplificado tanto el sistema que la estabilidad se ha hundido. Si para remediar este desequilibrio disminuimos aún más la complejidad, interviniendo de forma drástica en el agrosistema, aplicando tóxicos de amplio espectro - químicos o naturales - , el equilibrio será cada vez más difícil de recuperar y serán necesarias nuevas intervenciones - más tratamientos, más energía gastada - una dinámica en espiral creciente de la que es difícil escapar. No pueden combatirse los efectos - las plagas - de la desestabilización, insistiendo en disminuir, aún más, la estabilidad. Y esta afirmación es válida, tanto para los tratamientos con productos químicos de síntesis como para los realizados con productos de origen vegetal e, incluso, para algunas formas de lucha dirigida como el trampeo masivo, si las trampas no son selectivas en un alto grado4. Vistas de esta forma, las plagas son un síntoma de una enfermedad
del sistema -la pérdida de estabilidad - y no será suficiente
un tratamiento sintomático, aunque, en algunas ocasiones sea
necesario para evitar pérdidas económicas. Si la estabilidad
se pierde por reducción de la diversidad, la única intervención
coherente será la restauración de la diversidad perdida.
Pero no cualquier diversidad, no se trata de aumentar cuantitativamente
el número de especias presentes de cualquier manera. La diversidad
no es sólo cuestión de número de especies, es también,
y principalmente, cuestión de interrelaciones entre los elementos
que componen el sistema. En el caso de los agrosistemas se trata de
establecer, o restablecer, una diversidad con relevancia específica,
útil, cuyo valor haya sido probado. En el caso del olivar este
es, por desgracia, un campo en el que está casi todo por hacer. La restauración de la diversidad en el agrosistema. Al plantearse la restauración de una diversidad útil para el control de plagas y enfermedades, lo primero que se viene a la cabeza es la conveniencia de recuperar y fortalecer el escalón de los consumidores secundarios, los entomófagos, la conocida fauna útil. Y seguramente, en última instancia de eso se trata, pero no conviene olvidar que estamos intentando conseguir una comprensión global. Es posible reemplazar o añadir diversidad útil en cultivos ya establecidos, como el olivar, provocando cambios que aumenten la abundancia y efectividad de las poblaciones de insectos auxiliares, y esto se puede lograr, no sólo efectuando sueltas de especies de interés - autóctonas o introducidas, sino, y sobre todo, facilitando el desarrollo de las poblaciones presentes, proveyendo huéspedes-presa alternativos, alimento para las fases adultas de los parasitoides y predadores, refugios y lugares para la puesta, y - muy importante - manteniendo niveles aceptables de las poblaciones de las plagas. La diversidad no se reconstruye de cualquier manera. El grado de biodiversidad en el agrosistema depende de cuatro características principales : *la diversidad de la vegetación en y alrededor del agrosistema *la permanencia de varios cultivos *la intensidad del manejo *el grado de aislamiento del agrosistema frente a la vegetación natural . Dejando aparte las intervenciones, la intensidad del manejo, las otras tres características definidas se refieren a la diversidad de la vegetación, al escalón de los productores fotosintéticos. Pensando en el olivar: --vegetación “en” el olivar: cubierta herbácea, espontánea o sembrada, y vegetación en los bordes del cultivo, los ya referidos retazos de vegetación natural --la permanencia de otros cultivos. En el olivar, que suele presentarse como un monocultivo absorbente, puede resultar extraña, pero, el olivar se cultiva, y se ha cultivado, asociado a otras plantas (vid, cereales, leguminosas) y es susceptible de aprovechamiento mixto con ganado ovino --la cercanía a las masas de vegetación natural, o el aislamiento frente a estas puede ser un elemento determinante de la diversidad total del sistema. Es mucho más difícil conseguir un grado de diversidad suficiente dentro de las grandes masas de olivar (campiñas de Jaén y Córdoba) que en los olivares de las comarcas serranas, que conservan una gran riqueza vegetal, de alto valor ecológico, en muchas ocasiones. La diversidad se restaura desde la base, a partir del escalón
de los productores, las plantas verdes que fijan la energía del
sol y obtienen nutrientes del suelo para el resto de la pirámide
trófica. Sólo sobre un escalón de productores diverso
es posible sostener el resto del sistema con suficiente diversidad. Necesidad de un diseño específico de diversidad. Lo malo es que no existe la fórmula universal para restaurar
la diversidad en los olivares. La dificultad estriba en que no hay modelos
generales, cada situación agrícola debe considerarse separadamente,
ya que las interacciones entre los fitófagos y sus enemigos variarán
significativamente dependiendo de: las especies de insectos, localización
y dimensiones de la finca, composición de la cubierta vegetal,
vegetación de los alrededores, y las prácticas de cultivo. |
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