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La agricultura de consernación del olivar

Un olivar es un retazo de la naturaleza, es como un bosque - todo lo claro y artificial que queramos, pero bosque - y funciona y se organiza como tal. No es una máquina a la que se le pueda subir o bajar la temperatura del agua o el número de revoluciones, o sustituir una pieza cuando se le rompa. Es un sistema natural compuesto por todos los seres vivos que están presentes (vegetales, animales y microorganismos) y por el complejo total de los factores físicos que determinan el ambiente que les rodea. A estos sistemas naturales se les llama “ecosistemas”.

Los ecosistemas son las unidades básicas de la naturaleza. Tienen una estructura y una función peculiar, y sus características que no son atribuibles a las que resultarían de la suma de las de cada uno de sus componentes por separado. Por una parte se regulan a sí mismos, para mantenerse como son, y por otra se modifican con el transcurso del tiempo, van evolucionando.

Para distinguirlos de los naturales (no intervenidos) a los ecosistemas agrarios se les suele llamar “agrosistemas”. Según Monserrat - ilustre ecólogo e investigador - “agrobiosistemas son: aquellos ecosistemas en los que el hombre simplifica su estructura, especializa sus comunidades, cierra ciclos de materia y dirige el flujo energético hacia productos cotizados”.


Una receta para hacer agricultura ecológica

En esta definición se encierra una de las pocas recetas válidas en agricultura ecológica. Se trata de tomar un ecosistema, o de recrearlo, - dándose cuenta de que lo es - simplificar su estructura y especializar sus comunidades (lo necesario para obtener producción, pero sin afectar de forma irreversible a su estabilidad), cerrar los ciclos de nutrientes y dirigir el flujo de energía hacia los productos cotizados (en nuestro caso las aceitunas y el aceite). Se dice fácilmente, pero, ¿cómo se hace?.

Una advertencia importante


Para poner en cultivo un territorio hay que “simplificar la estructura” - como dice el profesor Monserrat - del ecosistema que contiene. Hay que quitar de en medio a aquellos seres, o conjuntos de seres, que molestan; por alguna razón, porque compitan con el cultivador en el aprovechamiento del producto buscado; o porque compitan con la planta por el agua, los nutrientes, la luz o el mismo espacio para vivir; o, simplemente, porque estorben en el acceso para la recolección o las tareas de cuidado; o por lo que sea. Lo que está claro es que desde que el hombre empezó a hacer agricultura, siempre ha empezado simplificando, y ha seguido, a lo largo de toda la historia, manteniendo esa simplificación inicial o haciéndola mayor.

Al simplificar un ecosistema, quitándole componentes, se reduce su diversidad, y con ella se reduce también la estabilidad, el equilibrio. Es inevitable. Para manejar un ecosistema y obtener una producción en cantidad suficiente, es imprescindible simplificar su estructura y especializar sus comunidades. No hay otra forma de hacerlo. De un ecosistema maduro, complejo, como lo son los bosques naturales o las marismas bien conservadas, es muy difícil obtener producción alguna, pues todo lo que se produce se consume dentro del mismo ecosistema; por decirlo llanamente, en un ecosistema maduro no sobra nada, todo se aprovecha. Para que podamos extraer nuestra parte, en cantidad suficiente, es imprescindible que simplifiquemos, en algún grado, el sistema.

Pero hay que ser conscientes que al hacerlo reducimos inevitablemente su estabilidad y que, para compensar esta pérdida - conjugando productividad y estabilidad a largo plazo - es necesario aportar energía y materiales desde fuera del sistema (trabajo humano y animal, combustibles fósiles, abonos minerales, plaguicidas, etc.), tanto más cuanto mayor sea la desestabilización.

Quizás, sirva para aclarar lo anterior un ejemplo, algo chusco, pero útil:

Supongamos que en vez del ecosistema a simplificar tenemos una silla; y que su estabilidad se la dan sus cuatro patas (como efectivamente ocurre). Estas patas son sus componentes, unidos por unos cuantos travesaños (las relaciones entre esos componentes) que también tienen su influencia en la estabilidad. Si para aumentar el rendimiento que esperamos de la silla (del sistema) tenemos necesariamente que simplificarla, y para ello no hay otro camino que eliminar algún componente (pata),empezaremos la simplificación quitándole un componente, o sea una pata, y nos quedaremos con una silla de tres patas, que como todo el mundo sabe es perfectamente estable, incluso no cojeará nunca porque los tres puntos de apoyo definen un único plano. Se nos habrán quedado colgando los travesaños que se apoyaban en la pata suprimida, y esto resta cohesión a la silla, pero la pérdida es poco importante; sólo habrá que tener cuidado de no cargar el peso en el extremo de la silla que no tiene pata. Pero, somos ambiciosos y no nos basta con la productividad obtenida con esta primera simplificación, hay que forzar la máquina, simplificar más. Y le quitamos una segunda pata. Ahora la silla no se tiene en pie sola, habrá que dejarla apoyada en la pared, y si queremos sentarnos habrá que tener la precaución de equilibrarla bien y mantener siempre una de nuestras piernas bien asentada en el suelo, mejor las dos. Pero, hay especialistas en sentarse en las sillas sobre dos patas, así que, aunque ha habido una pérdida notable de estabilidad, la cuestión no parece excesivamente grave. Los travesaños colgantes (interrelaciones) casi será mejor que se los quitemos. Aún le quedan dos patas así que ¿por qué no simplificar un poco más? - somos insaciables -. Le quitamos la tercera pata y ahora - hay que reconocerlo - la estabilidad se resiente bastante, la silla ya casi es inútil, pero, con un poco de esfuerzo por nuestra parte aún nos podemos sentar, sujetando el asiento con las manos, equilibrando bien el cuerpo y apoyando firmemente las dos piernas en el suelo (cada vez más energía empleada). La postura no es descansada, casi compensaría quedarse de pie, pero la realidad es que sentarse , lo que se dice sentarse , se puede. Ya puestos le podemos arrancar la última pata. La simplificación es máxima, quizás también la supuesta producción, pero la estabilidad es nula, la silla se cae sin remedio, sólo cabría mantener la apariencia de que la silla nos sostiene, sosteniéndola nosotros a ella, sujetando el asiento con las dos manos y agachándonos un poco, haciendo como si estuviésemos sentados.


En el olivar ecológico hay que encontrar una posición intermedia que permita obtener producción sin afectar irreversiblemente a la estabilidad (¿tres patas? ¿dos?). Para ello es imprescindible conocer cómo se organiza, cómo es, cómo funciona el “ecosistema olivar”.

Conocer el agrosistema olivar ( para no intervenir a ciegas).


Los ecosistemas suelen conocerse por su estructura (la forma en que aparecen dispuestos sus componentes y las condiciones que lo caracterizan en un momento dado, algo así como forma de organizarse) y por su función (cómo funcionan, las relaciones que se establecen entre sus componentes, fundamentadas en los intercambios de energía y materiales entre ellos y con el exterior). Con los agrosistemas ocurre lo mismo.


-Estructura trófica y componentes en el agrosistema


Las relaciones que se establecen entre todos los componentes del ecosistema, en cuanto a la comida se refiere, puede presentarse como una cadena - la famosa “cadena trófica” - en la que cada eslabón representa un grupo que se alimenta del eslabón anterior, también se representa como una pirámide, por aquello de que la base - sobre la que se apoya el resto - debe ser más amplia. Y la base en todos los ecosistemas terrestres - del planeta Tierra - son las plantas verdes, que son los únicos seres capaces de aprovechar la energía del sol, para, con el anhídrido carbónico (CO2) del aire, el agua y los elementos minerales extraídos del suelo, construir su propio organismo, por eso se les llama “productores”. Las plantas verdes, o partes de ellas, se las comen los llamados “consumidores primarios” o “fitófagos”. Y a estos los “consumidores secundarios” o “predadores”, y a estos los “superpredadores”. Y no es normal que haya más eslabones, la cadena suele ser corta, pero, frecuentemente, complicada.

Pero hemos dejado la cadena a medias, hay otra parte, menos vistosa, pero quizás más importante, que es la de los organismos que se alimentan de materia orgánica muerta (cadáveres, excrementos, y restos en general, procedentes de animales o de plantas). Estos organismos los llamados “descomponedores” -necrófagos, detritívoros- son los encargados, a varios niveles, que los materiales nutritivos vuelvan otra vez al suelo y puedan volverse a utilizar.

En los ecosistemas la energía, fijada por las plantas verdes, pasa de un eslabón a otro, disipándose en cada paso y sin posibilidad de recuperación; mientras que los elementos minerales recorren la cadena de forma cíclica, permitiendo - si el ecosistema funciona adecuadamente - su utilización repetida una y otra vez de forma ininterrumpida.

El olivar también es así (aunque no lo parezca).

El olivar no es tan simple como puede parecer a primera vista, ni siquiera los olivares muy intervenidos, en los que se intenta reducir la presencia de otros seres vivos a fuerza de tratamientos con productos químicos a todas horas. Puede ser útil presentar los componentes de una forma simplificada, según el esquema clásico, de separar - para su comprensión - los componentes bióticos de los abióticos, y dentro de los primeros utilizar la - también clásica - pirámide trófica, con sus cuatro escalones:

Quizás, más de un olivarero - satisfecho de sí mismo - de los que presumen de tener sus olivares “relucientes de limpios”, se haga la ilusión de tener un olivar en el que los únicos seres vivos que lo componen son el olivo (como productor) y él mismo (como consumidor primario y exclusivo), así a cualquier animal que se atreve a pasar por allí lo califica de intruso, y si es un insecto de “plaga”, y dispone inmediatamente su muerte por envenenamiento; y lo mismo ocurre con cualquier planta, sea hierba o matorral, que intente instalarse sobre su suelo - aunque sea tan comestible y sana como las collejas - que es tratada de “mala hierba” y condenada también, irremisiblemente, a muerte. Es preferible no imaginar qué haría si supiese que el suelo lo tiene lleno de microbios...

Bueno, pues aún en la situación anterior - dejando aparte el poco que hay de exageración - el deseo del olivarero, no pasa de ser una ilusión; es imposible mantener un agrosistema con sólo dos especies vivas, tanto como mantener en pie una silla con una sola pata; y de hecho en estos olivares los problemas de plagas y enfermedades se agudizan, especialmente cuando ocupan grandes extensiones.

Para reconocer la estructura del agrosistema que constituye el olivar, puede ser útil presentar los componentes de una forma simplificada, según el esquema clásico, de separar - para su comprensión - los componentes vivos de los inertes, y dentro de los primeros utilizar la - también clásica - pirámide trófica, con sus cuatro escalones:

- Consumidores primarios

Si nos fijamos en el escalón de los consumidores primarios, vemos que los vertebrados son pocos, pero más de los que un principio pueda parecer. Por ejemplo, en determinadas zonas , el olivar alberga en invierno una rica y abundante avifauna - como ya se ha indicado- procedente en su mayoría del Centro y Norte de Europa. La lista de invertebrados es muchísimo más extensa, constituida en su mayoría por artrópodos y fundamentalmente por insectos. En la cuenca mediterránea se han inventariado 137 especies de insectos que basan su alimentación en el olivo, y de ellas unas 60 están presentes en los olivares españoles, a estos hay que añadir, al menos, 17 especies de ácaros conocidos sobre el olivar español.

- Consumidores secundarios

Al poner nuestra atención en los siguientes escalones de consumidores encontramos algo similar, pero aumentado: algunos vertebrados, mamíferos (insectívoros, quirópteros, y carnívoros), aves y reptiles poco valorados, pero que están presentes en todos los olivares. Y, al igual que entre los fitófagos, la mayor variedad y la mayor biomasa de consumidores secundarios y terciarios - predadores, parásitos, parasitoides y superpredadores- se encuentra en los invertebredos, en especial entre los insectos. Así un inventario de “entomófagos” (que comen insectos) censados sobre “plagas” del olivo1 permite adelantar una cifra superior a las 220 especies, para toda la cuenca mediterránea. A esta primera cifra habría que añadir los arácnidos que viven en el follaje, y de los que no se conoce muy bien ni su inventario ni el papel que desempeñan, y los predadores que se desenvuelven en el suelo (hormigas y carábidos, principalmente) que no se han incluido en la cifra anterior.


- Descomponedores

No hay que olvidar - como frecuentemente se hace en la agronomía práctica convencional - el último, y no por eso menos importante, eslabón de la cadena trófica : los descomponedores. La acción de los microorganismos saprófagos aprovecha la energía ligada a los enlaces químicos de la materia orgánica, y libera los minerales que la componen, de forma que puedan volver a ingresar en el ciclo productivo, cerrando el ciclo de los nutrientes. Bacterias, actinomicetos, hongos, algas, protozoos, así como el resto de micro y meso fauna del suelo, realizan un papel fundamental en el mantenimiento de la fertilidad del suelo y en la capacidad de este para retener el agua; y constituyen un sistema vivo complejo y variado.

El suelo, con toda la vida que encierra, es una parte fundamental de los agrosistemas, de tanta importancia que suele considerarse como un “subsistema” con un cierto grado de independencia dentro del sistema total. El suelo, como conjunto, se comporta como un organismo vivo, tan vivo que puede medirse su respiración.


El que la composición del agrosistema se presente de forma esquemática y sus componentes separados, no debe llevar a olvidar que se trata un sistema dinámico, en el que los individuos y las poblaciones que lo habitan mantienen una compleja red de interrelaciones de todo tipo.

Procesos básicos en el agrosistema.


El funcionamiento de los agrosistemas se puede conocer por muchos caminos, uno de ellos es a través de los procesos elementales que en ellos se desarrollan:


.Flujos energéticos


El flujo de energía en los ecosistemas se produce en un único sentido, como fenómeno universal en la naturaleza.

Los ecosistemas naturales maduros son capaces de mantener su productividad mediante la entrada - exclusiva o predominante - de energía solar. En los agrosistemas, en cambio, el flujo de energía se modifica con la intervención humana que lo dirige - como ya se ha visto - hacia los productos cotizados, y que debe aportar energía suplementaria, traída de fuera del sistema - sea humana, animal o procedente de combustibles fósiles o de otras fuentes - en mayor o menor proporción, según el nivel de simplificación (desestabilización) que se haya provocado.

En el olivar la principal entrada de energía es a través de la fijación fotosintética, que realizan las plantas verdes, tanto el olivo, componente básico del escalón de los productores, como el resto de las plantas verdes que puedan estar presentes, de forma temporal o permanente. Esta energía proviene del sol, y la cantidad fijada depende, fundamentalmente, de la superficie de captación, ya que el resto de los factores que la determinan son prácticamente invariables.

Otra energía que entra en el agrosistema es la aportada por el trabajo humano (recolección, poda, desvareto, ect.) que en una primera aproximación es también de origen solar, y la procedente de energías fósiles - que se ha incrementado notablemente con la mecanización e industrialización de la agricultura - con el trabajo de las máquinas, la incorporada en los abonos ( en su transporte, aunque sean orgánicos) y en los productos fitosanitarios (elaboración, envasado, transporte).



En el olivar, como en el resto de los ecosistemas, la energía se almacena en la biomasa, tanto viva como muerta. Hay que destacar, para evitar que pase desapercibido, el camino que sigue la energía contenida en la materia orgánica muerta (hojas caídas, restos triturados de poda, hierba cortada o arrancada por las labores, etc.), que se incorpora al suelo, transformándose y quedando fijada, en muchos casos, en formas muy estables (humus). Esta es la fuente principal de energía para la vida en el suelo.


Entre las salidas destaca, en el caso del olivar, el aceite, por su concentración en energía, frente al resto de las salidas, mucho mayores en peso y volumen, subproductos de la almazara (orujo y alpechín), y restos de las podas (leña, ramón y varetas),. Estos últimos suelen quemarse sobre el terreno, disipando a la atmósfera la energía contenida (una alternativa a este dispendio, es el devolver esta energía almacenada al sistema, picando los restos de poda y distribuyéndolos sobre el terreno). Así, en el olivar, puede decirse que se ha conseguido con éxito dirigir el flujo de energía hacia un producto cotizado, como proponía el profesor Monserrat, porque el aceite se lleva un parte notable de la energía acumulada, y el aceite es, o puede ser, un producto bien cotizado.

.Ciclos de nutrientes


Si la energía fluye a través del ecosistema en una única dirección y sin posibilidad de reutilización, no pasa lo mismo con los materiales que pueden circular indefinidamente por la cadena trófica, recorriéndolas de forma cíclica, eso sí, con velocidades muy diferentes, y a través de un complejo entramado, en el que el componente vivo del suelo interpreta el papel de protagonista.


En los agrosistemas en general, y por tanto en el olivar, el ciclo de algunos nutrientes está abierto o mal cerrado, y se producen grandes pérdidas. Los elementos salen fuera del sistema porque nos los llevemos nosotros con la cosecha y también por otros procesos - esta vez no deseados - que se originan o se aceleran con determinadas prácticas de cultivo, como son la lixiviación en profundidad (o sea, la penetración con el agua, hasta profundidades superiores a lo que alcanzan las raíces del cultivo) , la erosión, en la que el agua suele ser también el vehículo de transporte, o la volatización de elementos gaseosos. No todos estos procesos tienen la misma importancia, ni en cantidad ni en calidad.


El olivar, como todos los bosques mediterráneos de hoja perenne - el que esté aclarado no lo descalifica en este aspecto - guarda en su biomasa (su masa viva: sus hojas, ramas, tronco, raíces) grandes cantidades de nutrientes, por orden de importancia: calcio, nitrógeno, potasio, magnesio y fósforo. Los nutrientes contenidos en la madera quedan secuestrados del ciclo general durante largos periodos, mientras que los existentes en las hojas, flores y frutos circulan mucho más rápidamente. Las hojas son muy ricas en nitrógeno, mientras que el calcio se acumula en los troncos, en la madera y la corteza. La mayor parte de la biomasa, como es evidente, corresponde a las partes leñosas.

- Entradas

En la entrada de materiales en el olivar se distinguen claramente dos grupos: las entradas que se producen naturalmente (no subsidiadas) y las que hace el hombre con sus aportaciones (subsidiadas).

En el primer grupo se pueden establecer otras dos categorías: los nutrientes cuya entrada se produce en el proceso de la fotosíntesis (C, H, O), de los que - como se ha indicado más arriba podemos despreocuparnos de momento, señalando antes que en el olivar el olivo es el organismo fotosintetizador casi exclusivo-; y el nitrógeno (N) por otra parte. Aquí las entradas incluyen dos procesos distintos y de muy diferente importancia cuantitativa:

- la fijación biológica de nitrógeno, que podría llegar a ser suficiente para cubrir las necesidades del cultivo, pero que está - normalmente - limitada por los bajos niveles de materia orgánica en el suelo y por la ausencia de otras plantas, como las leguminosas

- los arrastres de compuestos nitrogenados por la lluvia, de mucha menor cuantía , excepto en condiciones excepcionales.


- Salidas

Sobre las salidas hay que señalar dos aspectos de importancia:

Que hoy por hoy, la mayor salida de nutrientes del olivar andaluz, no se debe a las extracciones de la cosecha, ni a los restos de poda, se debe a los arrastres de partículas del suelo por la erosión.
Que de las extracciones por cosecha, lo que realmente tiene valor, el aceite, está constituido - casi exclusivamente - por carbono, oxígeno e hidrógeno (C, O, H), los tres elementos que el árbol toma en el proceso de la fotosíntesis del aire y del agua, no del suelo.

. En el ejemplo siguiente se presenta un cálculo aproximado de los movimientos de potasio (K) en olivar - sobre datos medios de los olivares de Génave y para 1.000 Ha:



La erosión del suelo en los olivares andaluces supone una pérdida media anual de 80 Tm/Ha. Teniendo en cuenta que la erosión suele arrastrar las capas superficiales del suelo, las más ricas en materia orgánica, y de estas preferentemente las partículas de tamaño arcilla, las más activas químicamente, responsables de la capacidad de intercambio de un suelo; las pérdidas por este motivo se pueden estimar como de la mayor importancia.

La lixiviación (lavado y arrastre por el agua) de nutrientes en profundidad, fuera del alcance de las raíces, es poco significativa en los olivares de secano, las zonas más sensibles son los centros de las calles, donde hay menos raíces . En los olivares de riego estas pérdidas pueden ser mucho mayores , especialmente si la dosificación del riego no está bien hecha.

La volatización (pérdida de nutrientes en forma de gas) , como la lixiviación, afecta principalmente al nitrógeno que se pierde a la atmósfera en forma de amoniaco, a partir de la materia orgánica o de las aportaciones de formas amoniacales sintéticas; o como nitrógeno reducido en condiciones de anaerobiosis, con la colaboración de bacterias del género Pseudomonas .


Mientras que las salidas de materiales consideradas hasta aquí pueden considerarse “pérdidas”, no sería coherente darle el mismo calificativo a las salidas por cosecha. El objetivo que se persigue con el cultivo suele ser maximizar - precisamente- esta salida. En el olivar de almazara de la cosecha extraída sólo una pequeña parte - alrededor del 21% - es realmente valiosa: el aceite; el resto tiene la consideración de subproductos de poco valor, cuando no es un residuo de problemática eliminación, como el alpechín. Como se ha indicado unas líneas antes, con el aceite no se extraen nutrientes del suelo, así que todo - o casi todo - el nitrógeno (N), el potasio (K), el fósforo (P) y el resto de elementos que nos suelen traer de cabeza, porque es indispensable aportarlos en el abonado, al suelo o vía foliar, resulta que se extraen con el orujo y el alpechín, o sea, que más o menos, se acaba tirando.

Las extracciones por leña de poda, que se emplea como combustible, podrían compensarse - en cuanto a nutrientes se refiere - con la devolución al olivar de las cenizas, aunque no se hace, sino que suelen ir a incrementar, los ya voluminosos, ”residuos sólidos urbanos”. En el caso del “ramón de poda” y de las “varetas” que se queman en la misma finca, se devuelven los minerales, aunque no la materia orgánica acumulada, y además no suelen distribuirse de forma regular, sino que quedan acumuladas las cenizas en el lugar donde se hizo la lumbre.


- Reciclaje

Reciclaje de materiales, en sentido estricto, sólo se produce con las hojas caídas bajo la copa del árbol, y con la biomasa de la hierba adventicia que se incorpora al suelo con las labores. Pero sería posible hacerlo en un alto grado, y de forma económica, si se considera el escaso valor actual del subproducto principal: el alperujo. Ya hay experiencias sobre el “compostaje” de esta materia, mezclado con el hojín que se separa en la misma almazara y enriquecido con un poco de estiércol, para facilitar la labor de los microorganismos que trabajan en estos procesos.

.Balance hídrico


Un caso muy particular de nutriente es el agua. En el clima mediterráneo, con una larga temporada seca que coincide con la época de máxima demanda, por las altas temperaturas, y con una distribución muy irregular de las lluvias, el agua es el principal factor limitante.


En la figura se representa esquemáticamente el ciclo del agua en el olivar.


Puesto que las entradas en secano - las precipitaciones (y los posibles casos de flujo lateral) - son aleatorias e irregulares, y no admiten modificaciones, o muy pocas, el elemento clave en el balance hídrico está en el doblete “disminución de las salidas/aumento del almacenamiento del agua en el suelo”. De nada serviría retener mayor cantidad de agua si no se puede almacenar, por falta de capacidad, ni tampoco, aumentar la capacidad de almacenamiento mientras se sigue teniendo grandes pérdidas por evaporación o escorrentía.

Sobre cómo mejorar o, por lo menos, no estropear demasiado estos procesos naturales .


Cómo conseguir algún control sobre el flujo de energía.


Nos interesa dirigir el flujo de energía hacia el producto cotizado del olivar, el aceite o la aceituna, si es de mesa.

De la figura siguiente, bastante conocida, se saca una idea clara: cuanto más sol más aceite.


¿Cómo aprovechar el sol lo mejor posible?.

Captándolo eficazmente: en plantaciones ya establecidas sólo puede lograrse mediante la poda. Hay que conseguir a un tiempo una gran superficie foliar (muchas hojas y grandes) y que el sol llegue a la mayoría. Para ello son necesarias formas de los árboles de gran superficie, la mayor se consigue con las “entresenadas”, como la de la figura anterior.
Hay que recordar que un olivar tradicional adulto raramente cubre más del 30% de la superficie del terreno, lo que quiere decir que, si se mantiene el suelo desnudo, se renuncia al uso para la captación de energía gratuita para el agrosistema de más de las dos terceras partes de la superficie disponible. Es una realidad que exigirá un planteamiento adecuado en el diseño de nuevas plantaciones y una revisión crítica de las razones que impulsan a considerar “bien cultivados” (o “limpios”) a los olivares que carecen de hierba en toda época.
Evitando su paso a otros escalones de la pirámide trófica, para ello es necesario simplificar el sistema. Y ya sabemos que hay que guardar un discreto equilibrio, pues a mayor simplificación mayor inestabilidad.

La relación entre energía obtenida y energía invertida en el sistema (energía fósil y trabajo humano) ha disminuido en el olivar, como en el resto de los cultivos, al incrementar de forma notable el consumo de energía fósil. No se trata de renunciar al uso de la maquinaria, pero si parece razonable recortar al máximo el empleo de factores de producción derrochadores de energía (fertilizantes nitrogenados, fitosanitarios, etc), sustituyéndolos por aportaciones de origen orgánico (solares).

Por otra parte el uso de cualquier energía terrestre genera cierto grado de contaminación que, además, es irreducible y por tanto acumulativa.

Mejora del balance hídrico del olivar (o cómo disponer de un poco más de humedad en el suelo).


Ya hemos visto que en el olivar, como en el resto de los cultivos mediterráneos de secano, el agua es el principal factor limitante, por lo que si no pueden aumentarse las entradas, para mejorar el balance, habrá que disminuir las salidas, y aumentar, al tiempo, la capacidad de almacenamiento. Esto exige:

- evitar las pérdidas por escorrentía

- aumentar la infiltración

- aumentar le capacidad de retención de los horizontes superficiales

- evitar la evaporación directa

- reducir o eliminar la transpiración de las plantas adventicias


Estas funciones se le han atribuido tradicionalmente al laboreo, con los distintos aperos (cultivador, grada de discos, rastra, etc.) y en diferentes épocas a lo largo del año (alzar, binar, terciar, rastreos de verano, etc.), pero, sólo las ha ejercido medianamente, y en la actualidad conocemos que su empleo presenta, además, un grave inconveniente: la erosión. Con el laboreo se consigue:

una mejora temporal de la infiltración superficial, que cesa con el paso del tiempo, o inmediatamente si se produce una lluvia intensa sobre el terreno recién labrado
un control bastante eficaz de las “malas hierbas”, aunque en las labores de primavera, que se hacen para evitar la competencia por el agua, se produzca una pérdida, generalmente irrecuperable, de humedad en la capa de suelo removida
la aireación del suelo, con pérdida notable de CO2 a la atmósfera, y oxidación de la materia orgánica ( “arar es abrir la puerta del horno”, explicaba, muy gráficamente, un viejo profesor de edafología)
facilitar enormemente el arrastre del suelo por el agua, la erosión

Es verdad que el laboreo ha sido la forma tradicional de manejar el suelo, que los agricultores siempre han labrado, hasta el punto que en español “labrador” es sinónimo de “agricultor”. Pero también es verdad que hasta los años 50 la tracción era animal y los arados se diferenciaban poco de los utilizados por los romanos veinte siglos antes.

Para evitar pérdidas por escorrentía hay dos caminos, que no son excluyentes: aumentar la velocidad de infiltración y poner barreras físicas a la circulación del agua por la superficie, las características de estas barreras dependerán, fundamentalmente de dos factores: caudal de agua y pendiente del terreno. Existen muchas y variadas (conocidas en el ámbito de la conservación de suelos), desde las cubiertas vegetales, sobre todo el terreno o en fajas, hasta los abancalamientos y terrazas, pasando por el laboreo con surcos a nivel.

La velocidad de infiltración de un suelo depende e muchos factores como el contenido inicial de humedad, la conductividad de los distintos horizontes, la textura, la pendiente, el grado de compactación, la rugosidad de la superficie, pero nos interesa remarcar dos - sobre los que es posible intervenir- la estructura del horizonte superficial y la presencia o ausencia de cubierta herbácea.


La capacidad de almacenamiento de agua en el suelo radica - en cuanto a factores modificables- en la calidad de su estructura y en los niveles de materia orgánica.


La evaporación del agua retenida en el suelo se disminuye al disminuir la radiación solar incidente sobre el mismo, de tal manera que se disminuya la temperatura en el horizonte superficial. El empleo de “acolchados” (el “mulching” anglosajón) con materiales muy diversos, tiene un efecto claramente positivo para este propósito. La hierba de la cubierta , una vez segada, puede interpretar este papel; y lo hará tanto mejor, cuanto mayor sea su biomasa y cuanta mayor sea su persistencia sobre el terreno. Las gramíneas ,en general, tienen una persistencia mucho mayor que las leguminosas. También hacen este papel los restos de poda triturados.


Utilización de cubiertas herbáceas

No hay una receta única para el manejo del suelo y del agua en el olivar, pero si parece que la utilización de cubiertas herbáceas puede ser una solución aceptable en la mayoría de los casos. Cubiertas totales, sobre toda la superficie de la parcela, o en combinación con otros sistemas de manejo del suelo, el laboreo principalmente, en toda su amplia gama de posibilidades.

Una cubierta herbácea debe colaborar en la mejora del balance hídrico del suelo. Aunque en principio parezca un contrasentido, ya que en cualquier caso colaborará a aumentar la transpiración, pero en el clima mediterráneo no todos los meses son secos, existe una parte considerable del año en que la evapotranspiración no supera a las precipitaciones. Si se observa detenidamente, una cubierta adecuada, viva o cortada conseguirá todos los objetivos propuestos, actúa de barrera contra la escorrentía, favorece la infiltración, mejora la estructura superficial, aporta materia orgánica y, además, protege el suelo contra el golpeteo de la lluvia. En resumen: mejorará el balance hídrico y protegerá el suelo contra la erosión, siempre que se evite la competencia en las épocas de escasez.

Evidentemente en nuestro clima es impensable que la cubierta sea permanente, y para que siendo temporal el balance sea positivo, es necesario que la desecación de la hierba se produzca cuando la lluvia esperada pueda, aún, reponer lo gastado. La elección de ese momento puede parecer imprecisa y difícil, pero los agricultores de nuestros secanos han venido haciéndola, con acierto suficiente desde tiempo inmemorial.

Aunque en la determinación del momento preciso de eliminación esté una de las principales incógnitas de este sistema, la novedad no está en el momento de eliminar la hierba, sino en la forma de hacerlo. Si tradicionalmente se ha hecho mediante el laboreo con distintos aperos, y en varias pasadas consecutivas , ahora se trata de proponer sistemas que permitan que la hierba siga cubriendo el suelo después de cortada, para conseguir el doble efecto de acolchado y compostaje en superficie (protección y enriquecimiento en materia orgánica, en lugar de alterar la estructura del suelo y de acelerar la mineralización de la materia orgánica, mediante las labores). En el método de siega radica la principal diferencia entre los distintos modelos aplicables (siega química - con herbicidas de contacto y translocación -, siega mecánica - con desbrozadoras -, a diente por el ganado), aunque también quepan multitud de variantes según la cubierta sea espontánea o cultivada, según la composición de en este último caso, si es total o en fajas, etc.

De los distintos tipos de cubiertas inertes las únicas económicamente viables, en el olivar, son los restos de poda triturados.

En cuanto a las cubiertas vivas se conocen los buenos resultados de la cubierta espontánea, que a la producción de biomasa, añade la ventaja de la diversidad, pero, en este caso, cuando la cubierta herbácea la forman especies adventicias o "malas hierbas”, si no se aplica ningún cuidado adicional, será la dinámica propia de estas poblaciones la que determine la presencia y abundancia de cada una de las especies; e intervenir sobre estas poblaciones para dirigir su evolución (hacia una mayor abundancia de leguminosas, por ejemplo) es delicado y exige unas buenas dotes de observación y una atención continuada.

Por otra parte es posible elegir y sembrar las especies que deban formar parte de esta cubierta, entre las que más nos interesen por:


su ciclo biológico, adaptado a las exigencias del cultivo
su capacidad de producir masa verde
su condición de fijar nitrógeno atmosférico, que poseen las leguminosas
la mayor resistencia a la descomposición, una vez segada, que es característica de las gramíneas frente a las leguminosas, y que les proporciona una mayor eficacia en la protección contra la erosión
la capacidad de actuar como “bombas de nutrientes”, recuperando los nutrientes lixiviados, o movilizándolos de los horizontes profundos
el carácter de nectarífera o polinífera, que puedan presentar algunas especies, por su interés en el mantenimiento de las poblaciones de insectos auxiliares

En este caso para la elección de las especies a sembrar habrá que tener en cuenta:


- que sea de siembra otoñal

- que sea de siega fácil y económica

- que tenga buena capacidad de producir biomasa, para mantener el suelo cubierto en invierno

- que deje restos después de la siega, que permanezcan cubriendo el suelo hasta el otoño

- que tengan capacidad para fijar nitrógeno

- que tengan un consumo de agua moderado

- que tengan un ciclo corto para que se resiembre antes de la siega


Está claro que no existe la especie “ideal”, por lo que habrá que elegir, entre las disponibles, aquella que se aproxime más a nuestras necesidades más perentorias. Se suelen utilizar como cubiertas leguminosas, gramíneas o asociaciones de ambas. Las leguminosas tienen capacidad para fijar nitrógeno, pero sus restos se descomponen más rápidamente que los de gramíneas. Las gramíneas persisten mucho más tiempo sobre el terreno, facilitan la infiltración del agua en el suelo por su especial estructura radicular, pero se controlan mucho peor por siega. Si se utilizan cubiertas mixtas, gramíneas-leguminosas, para aprovechar las ventajas de ambas se aumenta el consumo de agua.

Una última consideración: no hay ninguna razón para tener que establecer un sistema único - en toda la explotación, para todas las parcelas, para todos los años - para el manejo del suelo, son posibles muchas variaciones en el espacio (distintos tratamientos en los ruedos y en las camadas, laboreo, siembras o cubiertas espontáneas en fajas, en cordones, etc.) y en el tiempo (rotaciones de los distintos tratamientos), aquí la diversidad, seguramente, sea también un valor.

Sobre cómo mejorar el balance de nutrientes, o ¿es conveniente empeñarse en cerrar sus ciclos?.

En los ecosistemas naturales los nutrientes se utilizan una y otra vez, no es necesario aportarlos de fuera. En los agrosistemas ya hemos visto que estos ciclos no cierran o cierran mal, y, a primera vista, parecería conveniente cerrarlos para evitar el agotamiento de los nutrientes en el suelo. Pero, ¿es posible cerrarlos?

Un objetivo general y varios específicos
En el olivar las salidas más importantes - en cantidad- no se deben a la cosecha, y de la cosecha tampoco toda tiene el mismo valor. Se puede mejorar notablemente el balance de nutrientes, centrándose en un único objetivo general: cerrar los ciclos de los nutrientes; pero, conviene concretar más y establecer algunos objetivos específicos para lograr el primero, y estos pueden ser:

*disminuir al mínimo las salidas, especialmente las inútiles y las más importantes en cantidad y calidad, de las cuatro que se presentan las dos primeras son fundamentales, mientras que las dos últimas tienen importancia sólo en casos muy localizados:


evitando las pérdidas por erosión, que son las de mayor importancia cuantitativa y cualitativa , para ello es indispensable la aplicación razonable de las técnicas de conservación de suelos
recuperando los subproductos de la almazara para su uso como fertilizantes orgánicos, por medio del compostaje
limitando las pérdidas por lixiviaciación (lavado de nutrientes en profundidad). Los problemas de lixiviación se pueden resolver mejorando la retención del complejo de cambio de las capas superficiales del suelo, mediante el incremento de la cantidad de materia orgánica, la escasez de materia orgánica en el suelo limita - entre otras cosas - la fijación de nutrientes en el complejo arcillo-húmico, favoreciendo su lixiviación (caso del N en los suelos mediterráneos). Y también, en los casos de suelos excesivamente ligeros (arenosos) con la utilización de cultivos que actúen como “bombas de nutrientes”2.
reduciendo las pérdidas por volatización, bien sea del amoníaco (procedente de la reacción de las sales amoniacales en medio alcalino, que se ve favorecido en las épocas con altas temperaturas, y que sólo es evitable procurando la adición de materia orgánica bien fermentada, con el nitrógeno incorporado en forma de complejos naturales, y con el manejo en invierno), o del nitrógeno reducido, que sólo se da en suelos encharcados, por lo que basta con evitar estas situaciones , que por otra parte no favorecen en nada al olivar.

*aumentar al máximo las entradas no subsidiadas:

fijación biológica de N (simbiótica y libre), con la famosa labor de las bacterias del género Rhizobium asociadas a las raíces de las leguminosas, y la menos conocida acción de los microorganismos libres fijadores de nitrógeno, como Azotobacter, cuya actividad se potencia con la presencia de restos ricos en fibras vegetales.
- fijación fotosintética, que depende de la superficie de captación


*aumentar la disponibilidad de los nutrientes, haciéndolos accesibles para las plantas, facilitando el último paso del ciclo. Como esta labor la realiza la población microbiana del suelo, protagonista - como ya se ha indicado- de los procesos de fijación y movilización de los nutrientes, se puede potenciar incrementando la actividad biológica del suelo3. Esta potenciación se consigue:

- proporcionándole la materia orgánica (energía solar almacenada) que necesita para mantenerse en funcionamiento. La materia orgánica, o se trae de fuera del sistema, con el coste (económico y ecológico) que esto suponga, o se genera dentro, y para ello es indispensable:

1.- Aprovechar los subproductos

2.- Contar con la aportación de la hierba, sea espontánea o cultivada.

- disminuyendo las pérdidas de materia orgánica del suelo, aceleradas por el labore

- incrementando la actividad metabólica de los microorganismos mediante la utilización de los “abonos verdes”.

Abonos verdes
El tema de los abonos verdes, técnica clásica en la agricultura ecológica, merece una consideración especial, pues el manejo tradicional de este tipo de abonado conlleva no sólo la siembra de la o las especies elegidas, sobre la totalidad del terreno o sobre las calles, y su siega cuando alcanzan el desarrollo adecuado - lo que coincide plenamente con el manejo de cubiertas herbáceas sembradas, descritas al tratar el balance hídrico - sino que exige también el enterramiento en superficie con una labor ligera, una vez que se ha dejado unos días descomponerse en superficie. Una labor... ¿Pero no habíamos quedado en suprimir las labores? Dice el refrán que “lo mejor es enemigo de lo bueno”. Habrá muchas situaciones en que sea preferible dejar la hierba segada sobre el suelo, para obtener una buena protección y sobre todo para no favorecer la erosión, así es como ocurre en los sistemas naturales, en los que nadie entierra los residuos vegetales, que se incorporan poco a poco. En otras, en cambio, las condiciones particulares permitirán el enterrado, que debe ser siempre muy superficial..

Las plantas herbáceas disponen, en general, de un sistema radicular mucho más extenso y superficial que el del olivo, por lo que la competencia por los nutrientes en la época de máximo desarrollo del “abono verde” podría ser muy desigual. Habrá que encontrar la forma de desviar el flujo de nutrientes desde el estrato herbáceo hacia el sistema radicular del olivo, más restringido y profundo. Para conseguirlo habrá que lograr, simultáneamente:

que la hierba devuelva sus nutrientes al suelo (siega y descomposición en superficie)
que el árbol extienda al máximo, y sobre todo en el horizonte superficial, sus raíces absorbentes, para ello parece recomendable suprimir o restringir al máximo el laboreo.
-que se potencie al máximo la capacidad de absorción del sistema radicular del olivo, favoreciendo la colonización por micorrizas positivas.
Las especies más empleadas como “abonos verdes” son de las dos familias ya citadas: gramíneas y leguminosas, con sus ventajas e inconvenientes; pero tampoco hay que olvidar otras familias botánicas como las crucíferas o brasicáceas ( la colza y los jaramagos son, seguramente, sus representantes más conocidos junto con las coles y los rábanos) que producen una importante masa verde en poco tiempo, y de la que algunas especies pueden actuar como “bombas de nutrientes” (ya se ha hablado de esto). O otros géneros de plantas, como la Phacelia, una planta ornamental de origen norteamericano, con cierto predicamento como abono verde entre los cultivadores ecológicos europeos por su influencia positiva sobre la actividad de algunos insectos auxiliares (las crisopas, en el caso del olivar).

Recuperación de nutrientes de los subproductos de la almazara

Como se ha comentado con la cosecha de aceituna se extrae una gran parte de productos de escaso valor. El producto cotizado escasamente supera el 20% en peso del total. El reciclaje, la vuelta al suelo del olivar, de los subproductos de la almazara (alpechín y orujo, o alperujo) puede suponer la recuperación de la práctica totalidad de los nutrientes minerales extraídos por la cosecha, al tiempo que un aporte importante de materia orgánica.

En la actualidad el subproducto de almazara más abundante es el llamado “alperujo”, mezcla de los primitivos alpechín y orujo. Su reciclaje para devolverlo al olivar parece posible, tras un proceso de compostaje. De los otros dos subproductos citados, en trance de pasar a la historia, el orujo - una vez apurado - es compostable y alguna experiencia hay, pero de escasa difusión; mientras que el alpechín sí ha tenido una larga historia de aplicación al olivar. En cuanto al aprovechamiento de subproductos, especialmente de la almazara, ya se ha comentado que actualmente el más abundante es el “alperujo” u orujo húmedo, procedente de la extracción del aceite por sistemas continuos, con centrífugas horizontales de dos fases. Se trata de un subproducto de composición muy variable, dependiendo de muchos factores (variedad de aceituna, madurez, grado de agotamiento de la masa, etc.), y de escaso valor comercial, cuando no nulo o negativo - hay que pagar por su eliminación - que es muy rico en materia orgánica (más del 95% sobre materia seca) y que contiene, prácticamente, todos los nutrientes minerales de la aceituna - como ya se ha comentado -. Se han realizado, y se siguen haciendo, ensayos para su aplicación directa al suelo, con resultados esperanzadores, pero de momento parece más aconsejable su empleo, una vez humificado o compostado.

En principio el alperujo es un material apropiado para el compostaje, tiene un aceptable contenido en nutrientes y es muy rico en materia orgánica; posee un pH moderadamente ácido ( 5,5 de media, con un intervalo de 4,7 a 6,5), baja salinidad, y unos valores de la relación C/N ni demasiado altos ni muy bajos (en un intervalo entre 22 y 52, con un valor medio en torno a 38).

La variabilidad de su composición, especialmente en cuanto a su relación C/N, junto con el hecho de tratarse de un material muy triturado, con un alto contenido en humedad, y una consistencia semilíquida que dificulta su manejo, determina la necesidad de mezclarlo con otros materiales que corrijan los defectos, para facilitar su compostaje. Así los materiales a mezclar, además de ser baratos, abundantes y de fácil suministro, deben aportar:

consistencia adecuada
porosidad para facilitar la aireación
nitrógeno orgánico, para contribuir a acercar a su óptimo - en torno a 30 - la relación C/N

Un material de poco valor y de fácil disposición en las almazaras es el hojín, procedente de la “limpia” de la aceituna. La hoja del olivo puede tener un contenido apreciable en N (entre el 1,6% y el 2,4%), y es un material fácilmente compostable, que además proporciona consistencia y porosidad al montón. Su cantidad es limitada. Otros materiales como la paja de cereales, los residuos de desmotadoras de algodón, el estiércol, la gallinaza, se han ensayado con suficiente éxito.

De la composición de los alpechines se podría esperar una serie de efectos desfavorables sobre los suelos. Pero, en las experiencias realizadas se observa que con dosis de hasta 100 m3/Ha, no se presenta ninguna evolución desfavorable en los suelos calizos, y sí un enriquecimiento significativo en potasio (K), una ligera mejora de la estabilidad estructural, y un notable aumento de la actividad de los fijadores libres de nitrógeno. Las recomendaciones para el riego con alpechines son:

- aportar por las calles ( a distancia de los árboles)

- dosificar por debajo de los 30m3/Ha y año en alpechines de almazaras de prensas, y de 100m3/Ha y año con los de las almazaras continuas

- hacer los aportes escalonadamente y fuera de los períodos de vegetación activa

- no repetir sobre el mismo terreno más de dos años seguidos


Otras biomasas reciclables

También se sacan del olivar: leña de poda, ramones, varetas y hojín. No hay ninguna duda sobre la posibilidad de compostaje de estos residuos, siempre que se trituren adecuadamente. En general, perece más adecuado el compostaje en superficie, o sea , dejarlos - una vez triturados - bien distribuidos sobre el suelo, lo que añade, a la facilidad de ejecución (menos transporte, ningún manejo), la ventaja de servir como cubierta inerte, que protege el suelo contra el golpeteo de la lluvia y de la insolación directa.

En el caso de quemarlos, bien en como combustible o para su eliminación, lo ideal sería distribuir las cenizas, que contienen todas las sales minerales, aunque ninguna materia orgánica, por todo el suelo del olivar.

¿Cómo se puede averiguar el estado de fertilidad del suelo?.

Es posible hacerlo a través de análisis completos del suelo, tanto los clásicos, de determinación de los parámetros químicos (contenido en nutrientes, matera orgánica, ph, etc.) y físicos (textura, densidad), como aquellos que utilizan técnicas más depuradas de evaluación de la actividad microbiana. Pero, es en cualquier caso un sistema costoso, que exige una cuidadosa toma de muestras, y una interpretación adecuada de los resultados, que no siempre es fácil. Más directo es interpretar los resultados: un suelo fértil es aquel capaz de mantener una producción alta a lo largo de los años, sin deteriorarse. Así que a los resultados de cosecha habrá que remitirse - sabiendo que la cosecha del olivar no sólo depende del suelo, que las condiciones meteorológicas son también determinantes - algunas veces mucho más - y las operaciones de cultivo( poda, desvareto, manejo de la cubierta, labores), o la incidencia de plagas y enfermedadestienen también su influencia.

Claro que para evitar sustos, y, sobre todo, despistes, lo mejor es llevar un control continuado del estado nutritivo de la plantación, y para ello lo más acertado es recurrir a los análisis foliares periódicos (cada tres o cuatro años), igual que se hace - o debería hacerse - en agricultura convencional. Con una toma de muestras representativa cogida en el mes de julio (para nuestras latitudes). Hoy no se dispone de información, propia de la agricultura ecológica, que permita hacer una interpretación de los resultados analíticos diferenciada, pero no hay razones para suponer que la aplicación de las referencias de la olivicultura convencional no sean aplicables plenamente.

La naturaleza suele, además, expresar de muchas formas su estado, y el de la fertilidad de los suelos, sus carencias y excesos, los suele mostrar - si se le deja - a través de un lenguaje, para el que no hay diccionarios en las bibliotecas, pero que es posible aprender e interpretar: la presencia, frecuencia, y/o ausencia de las plantas adventicias o “malas hierbas”. Así la abundancia de leguminosas suele indicarnos escasez de nitrógeno en el suelo, mientras que las crucíferas suelen indicar lo contrario; la grama prefiere suelos arcillosos con la estructura poco desarrollada o en decadencia; los cenizos (Chenopodium sp.) indican buenos contenidos en potasio; los cardos del género Cirsium nos hablan de presencia de agua en horizontes poco profundos, bien sea por que la capa freática esté muy superficial o porque exista una capa impermeable.


Un comentario a propósito de los foliares

En el cultivo ecológico, que se hace hoy, se emplean con frecuencia abonos foliares- de origen natural ( procedentes de algas o de residuos vegetales, generalmente ) autorizados para su empleo en la “agricultura ecológica”- con intención de reforzar la nutrición de los árboles y obtener mayores producciones. Esta vía se situaría fuera de las consideraciones hechas hasta ahora, por lo que en principio el empleo de abonos en forma líquida por vía foliar, en el cultivo ecológico se justificaría únicamente como medida excepcional de socorro. Pero, hay que recordar que en la agricultura orgánica tradicional se han venido empleando bioestimuladores naturales, generalmente procedentes de plantas; y este es, precisamente, el principal efecto de los extractos de algas aplicados al olivar, la estimulación fisiológica por la acción de hormonas vegetales (citoquininas, principalmente) y de otros principios, no siempre bien conocidos, pero que influyen favorablemente sobre el crecimiento y la reproducción celular, por una parte, y que incrementan, en general, la tolerancia de la planta a las condiciones adversas, por otra.

Al margen de estas consideraciones, esta práctica debería revisarse desde un punto de vista exclusivamente económico, pues no está nada claro que exista una respuesta productiva significativa en todas las situaciones (igual que ocurre con muchos foliares empleados olivicultura convencional).

Sobre cómo simplificar la estructura y especializar las comunidades (sin pasarse) o de cómo mantener la diversidad.


Para que el olivar sea productivo es indispensable simplificar su estructura y especializar sus comunidades vivas, en el sentido de que el olivo sea el vegetal fotosintetizador dominante, que capte el máximo de radiación solar posible, manteniéndolo en un estado juvenil permanente (mediante la poda) , e intentando conseguir que en el escalón de los consumidores secundarios, los predadores y parásitos de los insectos “plaga”, sean , por lo menos suficientes para mantener las poblaciones de sus presas, o huéspedes, bajo control. Habrá casos en los que interese una especialización, secundaria, de los vegetales en la fijación de nitrógeno, o en la protección del suelo.

La verdad es que nuestros olivares ya están suficientemente simplificados y especializados, en general en exceso. Así que el problema no es cómo simplificar para obtener una producción adecuada, sino cómo mantener la diversidad necesaria para no hundir la estabilidad.

La primera norma es suprimir o reducir al máximo aquellas acciones que acentúan la pérdida de diversidad, como:

- el empleo de biocidas (los naturales también matan)

- la eliminación de las manchas de vegetación natural

- la extensión desmedida del olivar ,como monocultivo

En ningún aspecto del cultivo queda tan clara esta relación como en el de las plagas. Estas no aparecen como tales en el esquema propuesto del “agrosistema olivar”, quedan incluidas - ¿disimulando? - entre los fitófagos, dentro de una lista mucho más extensa que la lista más completa de plagas que un pesimista pueda elaborar. El que una o varias de estas especies dispare su población y llegue a presentarse, habitualmente, como una amenaza es algo a lo que estamos acostumbrados y que aceptamos como normal, pero que no tiene por qué serlo. Los controles naturales han saltado, el equilibrio se ha roto. La intervención humana ha simplificado tanto el sistema que la estabilidad se ha hundido.

Si para remediar este desequilibrio disminuimos aún más la complejidad, interviniendo de forma drástica en el agrosistema, aplicando tóxicos de amplio espectro - químicos o naturales - , el equilibrio será cada vez más difícil de recuperar y serán necesarias nuevas intervenciones - más tratamientos, más energía gastada - una dinámica en espiral creciente de la que es difícil escapar. No pueden combatirse los efectos - las plagas - de la desestabilización, insistiendo en disminuir, aún más, la estabilidad. Y esta afirmación es válida, tanto para los tratamientos con productos químicos de síntesis como para los realizados con productos de origen vegetal e, incluso, para algunas formas de lucha dirigida como el trampeo masivo, si las trampas no son selectivas en un alto grado4.

Vistas de esta forma, las plagas son un síntoma de una enfermedad del sistema -la pérdida de estabilidad - y no será suficiente un tratamiento sintomático, aunque, en algunas ocasiones sea necesario para evitar pérdidas económicas. Si la estabilidad se pierde por reducción de la diversidad, la única intervención coherente será la restauración de la diversidad perdida. Pero no cualquier diversidad, no se trata de aumentar cuantitativamente el número de especias presentes de cualquier manera. La diversidad no es sólo cuestión de número de especies, es también, y principalmente, cuestión de interrelaciones entre los elementos que componen el sistema. En el caso de los agrosistemas se trata de establecer, o restablecer, una diversidad con relevancia específica, útil, cuyo valor haya sido probado. En el caso del olivar este es, por desgracia, un campo en el que está casi todo por hacer.

La restauración de la diversidad en el agrosistema.

Al plantearse la restauración de una diversidad útil para el control de plagas y enfermedades, lo primero que se viene a la cabeza es la conveniencia de recuperar y fortalecer el escalón de los consumidores secundarios, los entomófagos, la conocida fauna útil. Y seguramente, en última instancia de eso se trata, pero no conviene olvidar que estamos intentando conseguir una comprensión global.

Es posible reemplazar o añadir diversidad útil en cultivos ya establecidos, como el olivar, provocando cambios que aumenten la abundancia y efectividad de las poblaciones de insectos auxiliares, y esto se puede lograr, no sólo efectuando sueltas de especies de interés - autóctonas o introducidas, sino, y sobre todo, facilitando el desarrollo de las poblaciones presentes, proveyendo huéspedes-presa alternativos, alimento para las fases adultas de los parasitoides y predadores, refugios y lugares para la puesta, y - muy importante - manteniendo niveles aceptables de las poblaciones de las plagas.

La diversidad no se reconstruye de cualquier manera. El grado de biodiversidad en el agrosistema depende de cuatro características principales :

*la diversidad de la vegetación en y alrededor del agrosistema

*la permanencia de varios cultivos

*la intensidad del manejo

*el grado de aislamiento del agrosistema frente a la vegetación natural .

Dejando aparte las intervenciones, la intensidad del manejo, las otras tres características definidas se refieren a la diversidad de la vegetación, al escalón de los productores fotosintéticos.

Pensando en el olivar:

--vegetación “en” el olivar: cubierta herbácea, espontánea o sembrada, y vegetación en los bordes del cultivo, los ya referidos retazos de vegetación natural

--la permanencia de otros cultivos. En el olivar, que suele presentarse como un monocultivo absorbente, puede resultar extraña, pero, el olivar se cultiva, y se ha cultivado, asociado a otras plantas (vid, cereales, leguminosas) y es susceptible de aprovechamiento mixto con ganado ovino

--la cercanía a las masas de vegetación natural, o el aislamiento frente a estas puede ser un elemento determinante de la diversidad total del sistema. Es mucho más difícil conseguir un grado de diversidad suficiente dentro de las grandes masas de olivar (campiñas de Jaén y Córdoba) que en los olivares de las comarcas serranas, que conservan una gran riqueza vegetal, de alto valor ecológico, en muchas ocasiones.

La diversidad se restaura desde la base, a partir del escalón de los productores, las plantas verdes que fijan la energía del sol y obtienen nutrientes del suelo para el resto de la pirámide trófica. Sólo sobre un escalón de productores diverso es posible sostener el resto del sistema con suficiente diversidad.

Necesidad de un diseño específico de diversidad.

Lo malo es que no existe la fórmula universal para restaurar la diversidad en los olivares. La dificultad estriba en que no hay modelos generales, cada situación agrícola debe considerarse separadamente, ya que las interacciones entre los fitófagos y sus enemigos variarán significativamente dependiendo de: las especies de insectos, localización y dimensiones de la finca, composición de la cubierta vegetal, vegetación de los alrededores, y las prácticas de cultivo.

 
 
       
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